Si
hay un cineasta que no podía dejar de dar su visión sobre la coyuntura
económica que vivimos ése es Costa-Gavras, que estrena 'El Capital'.
Acostumbrado y comprometido con temas de gran sensibilidad social y
política, el director habla con El Cultural sobre las entrañas de la
crisis, la repercusión en su país, Grecia, y su relación con el cine, en
especial con compañeros como Theo Angelopoulos.
“Los bancos robáis a la gente tres veces”, dice un airado personaje en El Capital.
“La primera, a vuestros empleados cuando les echáis aun teniendo
beneficios. La segunda, a los clientes sangrándolos con vuestros
créditos. Y la tercera, destrozando el estado del bienestar porque los
países tienen que gastarse todo el dinero en deuda y ya no pueden
sufragarlo”.
Parece lógico que Costa-Gavras, el cineasta que durante décadas ha ejercido el papel de conciencia de Europa,
aborde una situación que concentra muchas de las iras ciudadanas: “A
los grandes dirigentes del mundo de hoy sólo les preocupa el capital,
las finanzas”, explica a El Cultural el cineasta. “Estuve a punto de
cambiar el título para que no haya confusión con el libro de Marx, pero
al final lo dejé como estaba en la novela porque la película habla de
eso, de cómo el capitalismo salvaje se ha adueñado de nuestra sociedad”.
Hay que decir que la película está basada en la novela homónima de Stéphane Osmont El capital,
escrita en 2004 pero recontextualizada en la crisis económica actual.
Está protagonizada por un joven financiero que es ascendido a presidente
de un gran banco francés, Marc Tourneil (interpretado por Gad Elmaleh),
dispuesto a todo para multiplicar los ingresos de su corporación
orientándola hacia los mercados financieros y dejando atrás la época en
que solo' se dedicaban a prestar dinero y a los planes de pensiones.
“El cambio ha sido inmenso”, dice el director, “los gobiernos
acaban siendo prisioneros de las juntas de accionistas de los bancos,
que siempre quieren más. Es un sistema perverso en el que el poder ya no
se basa en lo social sino en la codicia de unos pocos. En
Francia los bancos están ocupados por cientos de jóvenes que pasan la
vida moviendo millones desde su pantalla de ordenador. Veamos una
paradoja increíble. El broker Jerôme Kerviel perdió cinco mil
millones de euros en una sola semana sin moverse de su sitio especulando
con ingentes cantidades de dinero. Al mismo tiempo, el gobierno francés
acaba de subir los impuestos a los jubilados para recaudar exactamente
la misma cifra. Es un sinsentido”.
Como diría el clásico, se castiga el pecado pero no al pecador.
Tourneil, el simpático protagonista de la película, es uno de esos
advenedizos que, como Julien Sorel, el héroe de Rojo y negro, logra causarnos empatía porque en su escalada social hay algo de ese mito del working class hero, el chico normal y corriente que logra hacerse un hueco entre los poderosos e incluso tomarse la revancha.
Banqueros y función social
“Es demasiado fácil decir que los banqueros son los malvados del mundo.
Hay una parte de su trabajo que cumple una función social muy
importante. Además, no cumplen ese papel de villanos en la vida
cotidiana. Los vemos constantemente por televisión y en los periódicos,
suelen ser personas que hablan muy bien y tienen un aspecto excelente.
Los banqueros son ídolos, los gobiernos son los primeros que colaboran
activamente con ellos. En ese protagonista he querido también poner una
nota de optimismo. Vengo de un país, Grecia, que ha sufrido las mayores
desgracias y siempre ha sabido salir adelante. Estamos en un momento muy
difícil pero confío en la capacidad del ser humano para remontar y en
la decencia de algunas personas que dominan el mundo. Siempre existe una
alternativa”.
Costa-Gavras ha destacado por ser un director mucho más preocupado por el contenido que por la forma. Sus
películas parten de tramas bien estructuradas, de corte clásico, a
veces con un estilo descuidado o esquemático pero siempre con asuntos
muy claros: la dictadura militar en Grecia en Z (1969), la política estadounidense en Suramérica en Estado de sitio (1972) y Desaparecido (1982) o el nazismo en Sección Especial y La caja de música (1989).
Al componente de denuncia, siempre muy ligado a la actualidad de cada
momento histórico, le acompaña el evidente gusto del director por el
drama shakespeariano, las luchas de poder, las conspiraciones, los
crímenes y las bajezas de quienes dominan nuestros destinos. Si antes el
poder estaba en manos de los gobiernos y los políticos y contra ellos
lanzaba sus dardos, que Costa-Gavras los sustituya por los grandes
ejecutivos es sólo un signo de los tiempos y de que sigue en forma.
“Desde los griegos hacemos espectáculo. Vamos al cine para amar, para detestar, para saber que estamos vivos. Todo el cine es político,
todas esas películas de acción de Hollywood son muy políticas, incluso
las comedias románticas más tontas. No veo ninguna contradicción entre
hacer espectáculo y hacer películas desde un punto de vista político, es
imposible escapar a eso”.
Mientras Theo Angelopoulos, el otro gran cineasta griego del siglo
pasado, arremetía contra la estética y la narrativa convencional de
Costa, éste se muestra mucho más diplomático: “Theo tenía su opinión y
la respeto pero no entiendo eso de que para ser de izquierdas
haya que renunciar al componente de entretenimiento del cine. Yo hago
películas para el público. Él nos has dejado una obra
formidable y lamenté mucho su muerte”. La polémica entre estos dos
grandes del cine europeo queda zanjada. Tal grado de diplomacia
contrasta con el estilo airado de Angelopoulos y concuerda a la
perfección con el del propio Costa-Gavras, un hombre de izquierdas
moderado, un clásico socialista a la europea, a favor de un capitalismo
regulado y del estado del bienestar, como queda claro en la película.
“La caída del comunismo ha sido mala para el capitalismo”, reflexiona. “Cuando había dos bloques los soviéticos actuaban como freno a los excesos del capitalismo. Los gobiernos se sentían obligados a acotar los límites del sistema y a preocuparse por los asuntos sociales. Cuando cayó el muro cayeron con él todas las cortapisas morales.
Habían ganado y tenían derecho a llegar hasta el final”. En la
película, Costa-Gavras contrapone de forma clara el capitalismo europeo
con el estadounidense, cuyos ejecutivos son definitivamente los villanos
sin matices. Son cosas, también, de ese esquematismo tan propio de un
cineasta para el que siempre ha sido más importante ser claro que
preciso.
Con una imponente mata de pelo gris, delgado y aspecto de galán a lo
Cary Grant, Costa Gavras es quizá uno de los últimos representantes de
ese caballero europeo culto, refinado y preocupado por los problemas del
mundo, ese intelectual comprometido a la francesa que hoy está en total
decadencia. Parece tan alerta y despierto como siempre: “Las nuevas
generaciones te obligan a adaptarte. Me fascina, por ejemplo, su manejo
de la elipsis”. Finalmente, la multiplicidad de pantallas a través de
las que se mueve el cine actual le produce al veterano director
inquietud y, al mismo tiempo, esperanza: “El cine reivindica hoy más que
nunca el placer de la imagen. Su mito hay que preservarlo porque tiene
un gran futuro”.